El color de las palabras.
Cuando me dedico a cocinar pienso en la Alquimia. Cada ingrediente debe conocerse bien y ser tratado con cariño riguroso. Si se corta, el filo del cuchillo no debe dañar la esencia que se esconde tras la textura y el color. Si se pela, deben ser caricias suaves. Carnes, tubérculos, semillas, hojas, granos, tallos y especias van reservándose en pocillos a su medida, todos preparados para el toque de batuta que de inicio al proceso de transformar, calor mediante, lo simple en algo mágico.En la cocina es necesario dominar el fuego. Se debe tener la cautela de llevar el metal a la medida justa de calor; sólo después se rocía el óleo que servirá para fundir las materias, combinar los colores, y elevar volutas aromáticas. Otras veces no es óleo, es agua y vapor danzante, como danzantes también los colores en la mezcla de las materias que se quedarán crudas. El trabajo de cocinar requiere instinto, pero también pausa; saber lo que se quiere transmitir con la comida, el lugar de las personas al que se aspira a llegar. Cocinar es también la extensión de lo que uno siente y quiere compartir. Cocinar es preparar un encuentro para evocaciones posteriores.
Decía el poeta: "¡Inventé el color de las vocales! A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde. Regulé la forma y el movimiento de cada consonante y, con ritmos instintivos, presumí de inventar un verbo poético accesible, un día u otro, a todos los sentidos". Pienso a veces que, en mi caso, escribir es como cocinar. Sin embargo, y evidentemente, la mayoría de la veces en este plano soy un simple aprendiz de mago. No me resulta fácil combinar los elementos, a duras penas voy con la R y con la F.
Qué sueña C, dónde mira D, qué altura alcanza P, qué espera S, dónde duele M..., ya ven, no me alcanza el saber...por eso escribo a tientas, por eso la pausa con que escribo. No vaya a resultar que dañe los ingredientes, que no haya color, ni volutas de aroma, que no exista sabor para evocar...

