jueves

Cuando sea grande

- Señor, ¿me puede decir la hora por favor? - Lo dijo así, sin poner cara extraña ni en tono confundido. Claro, ella no podía saber que yo no uso reloj.
- No tengo- le dije. Por cierto, con tono confundido y cara de extrañado.

Y es que, escuchar que te digan “señor” cuando apenas vas en los treinta y tantos, es para quedarse extrañado y confundido, al menos eso me pasó a mi. No es que me haga el leso con la edad, pero me parece que ayer no más estaba tratando
de responder a la pregunta: ¿qué vas a ser cuando seas grande?.

El punto es que ya soy grande. Entonces miro mi biografía y confieso que, lo que hoy soy, en nada se parece a lo que imaginé años atrás. No lo digo desde el descontento, muy por el contrario, voy feliz con lo que hago y con lo que me acontece. Sin embargo, detenerse en lo que hoy soy, me lleva inevitablemente a pensar en aquellas cosas que fueron quedando en el camino.

Pienso entonces en las profesiones que imaginé tendría, en los lugares que recorrería, en los vicios a contraer, la ropa por vestir, el lugar que habitaría. Pienso también en las cosas que postergué y aquellas que definitivamente saqué del libro de expectativas. Pienso también en las cosas que aún aguardan en mi jardín secreto y en aquellas que, sólo con una buena dosis de imaginación, realizaré en el tiempo que me queda.

Con todo, pienso que preguntarnos por lo que queremos ser, no necesariamente debe ser una consulta por el futuro, como antaño, cuando niños. A los treinta y tantos es una pregunta que se adopta con temporalidad de presente, entonces bien viene preguntarse : y hoy, ¿qué es lo que quiero ser?

Mientras tanto, y mientras resuelvo, le doy curso a mis sueños de niño grande y me voy por una calle de otoño cantando como Joaquín Sabina...




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martes

Zapatos viejos

Noble rincón de mis abuelos. Nada como evocar cruzando callejuelas, los tiempos de la cruz y de la espada, del ahumado candil y las pajuelas, pues ya pasó ciudad amurallada, tu edad de folletín. Las carabelas se fueron para siempre de tu rada ya no viene el aceite en botijuelas. Fuiste heroica en tus años coloniales, cuando tus hijos águilas caudales, no eran una caterva de vencejos. Más hoy plena de rancio desaliño, bien puedes inspirar este cariño que uno le tiene a sus Zapatos Viejos.*

Gracias a mi trabajo he podido conocer muchas otras latitudes. En cada viaje realizado he podido apropiarme de otros sabores, de otros aromas, de otros colores. Aprendo palabras nuevas, voces en acento diverso, a mirar y decir distinto algo que tengo en mi memoria. Me gusta lo cotidiano de los otros pueblos. La gente que va a su trabajo por las mañanas, los niños que corren en las calles, los vendedores y vendedoras ambulantes, el señor que vende el diario, la señora que vende frutas, la música en la calle. Me gusta mirar a los ojos. Si se observa con atención, la mirada nos habla de las penas, las alegrías y las esperanzas, y esas miradas sumadas nos hablan de las penas, alegrías y esperanzas de todo un grupo de personas...esto fue lo que me marcó en mi ultimo viaje.

Durante siete días, mis pies recorrieron las calles de Cartagena de Indias, en la costa nororiental de Colombia. Ciudad que es patrimonio de la humanidad, con historia colonial que se respira en todas partes, que guarda aventuras de piratas, de esclavas y esclavos y de un “medio hombre”, manco, tuerto y con pata de palo, que la defendió junto a sus cuatro mil hombres de los veinte mil los ingleses que querían saquearla en el 1741. Hermosa Cartagena, pero más hermosa aún, su gente.

Colombia es un pueblo azotado por la violencia, con el descrédito del mundo entero, con niveles de pobreza que, según la CEPAL, alcanzan cifras del 62% entre los niños y adolescentes. Un pueblo con décadas perdidas. ¿Qué hace entonces que en estas tierras de García Márquez, su gente se vea hermosa, más allá de la hermosura del paisaje?...a mi me pareció que eran sus ganas de celebrar la vida. Sí, porque escuchar las voces de esta gente, es escuchar la dignidad en verso. Se sienten orgullosos de su tierra y declaran que Colombia no es de los violentos, que sufren por ello, pero los que aman la vida son más, muchas y muchos más, incluso los que viven a medias...

Caminar por Cartagena es encontrarse con ese amor por la vida que emociona y deslumbra, es encontrar declarado en cada mirada, que a esa tierra se le quiere como a los añorados zapatos viejos.

Del poeta cartagenero Luis Carlos López, a su ciudad,"Los Zapatos Viejos"

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