jueves

El nido

A mi abuelo le gustaban los tangos. A veces, cuando yo era niño, mi abuelo me llamaba con urgencia desde su habitación y yo, que siempre pensaba que tenia alguna dificultad física, corría velozmente para atenderle. Sin embargo, su llamada no era de “auxilio”, era para que yo escuchara el tango que tocaban en su inseparable radio a pilas. Una vez me dijo que a Carlos Gardel le apodaban el Zorzal criollo, me lo dijo mientras mirábamos a un zorzal que había llegado hasta nuestro patio. Desde entonces, siempre que reconozco a un zorzal, me acuerdo de Gardel, los tangos, y de mi abuelo.

Por estos días, le hago seguimiento a un nido de Zorzales que está en una de las ventanas de mi oficina. Tiene tres huevitos y la pajarita sólo los deja cuando tiene sed o necesita estirar las piernas un ratito. También, por estos días, ha muerto Philip Noiret, el viejo Alfredo que paseaba a Toto en su bicicleta. Mi abuelo me sacaba a pasear en un carro de madera por las calles del barrio. El movimiento de las ruedas sobre los adoquines me daba sueño y siempre volvía durmiendo a casa, eso si, no sin antes haber metido las manos en las ruedas del carrito, que desbordaban de una negra grasa.

Imagino que en algunos días más ya tendremos en su nido a los polluelos pidiendo comida con sus piquitos abiertos. También, en algunos días más se habrá cumplido otro año de la muerte de mi abuelo. Entonces, junto con apagar las velas de mi cumpleaños, cantaré un tango como homenaje.

martes

Aniversario

“Que se vengan los chicos
de todas partes
Que estén los de la Luna
y los de Marte

Que no falte ninguno
pa' mi cumpleaños

y que no se preocupen

por los regalos”*


Cuando sea jueves nueve de noviembre habré cumplido un año escribiendo leseras en este blog, puesto en verso bonito diría “deletreando el mundo que habito”, y aunque a veces me vuelva a la idea, parafraseando a Cortazar, de que no me regalé un blog sino que he sido yo el regalo para este triple W, puedo señalar con alegría que el balance arroja letras azules.

A un año de desvariar en verso,este lugar sabe de letras pasajeras y de otras perennes, letras que viajan y se encuentran con otras letras, lugares, aromas, colores, sabores, historias intimas y de las comunes, pero no corrientes, imágenes que hablan de otros ojos y de otros mundos que se deletrean como una sinfonía. Este lugar sabe también de tantas y tantos que nos hablan de sus vidas, tantas y tantos que generosamente nos abren sus ventanas para saberles, en la risa, en la pena, en el silencio y en la explosión del verbo creativo.

Cómo no celebrar entonces, si en medio de tanta necedad circundante, nos hemos encontrado para ofrecer nuestros corazones, inventar el azul, elevarnos en volantines australes y para hacer y ser...un poquito más.



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* versos de “Que se vengan los chicos”, Eugenio Inchausti.


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