La Feria

de conversación directa y camaradería.
....donde vas a comprar y te preguntan cómo está tu familia”*
Siempre será una aventura; y es que adentrarse en el laberinto de la feria es vestirse de multicolor, es dejarse inundar por aromas de tierra en cosecha, es oír pregones de oficio y tradición, es formar parte del ágora de las mañanas de domingo.
“Lo de menos, quizás, es la venta”, decía un poco recomendable poeta español y supongo no se equivocaba, pues la feria de entonces y la de ahora son mucho más que el simple espacio para el comercio, la transacción o el trueque. Alejada de las plazas principales, derramada por calles e incluso pasajes de múltiples vericuetos, la feria ciertamente es territorio material, pero también es espacio simbólico, “residual de soberanía ciudadana” dirá Salazar.
Si el domingo invita, la feria de mi barrio es un gran paseo. Dan la bienvenida las frutas y verduras del valle, las bolsas se cargan de yapa y se vuelve a firmar el pacto invisible con el casero o la casera. Se apura el tranco y el mercado persa se presenta como un delta estrellado. Desde una carreta con caballos ofrecida para eventos hasta fichas de la salitrera, libros y revistas de anteayer, un vieja tina de baño, una tapa de water y los deshechos de quienes más tienen, que siempre serán una ganga para los que no tienen nada.
No cabe duda, la feria es más que la venta callejera, es un modo de hacer, es la gracia, el aquel, es no preguntarse y volver, volver al ágora, como debe ser.
* Gabriel Salazar, “Ferias Libres: espacio residual de soberanía popular”, 2002