Para menguar la pena estoy dado a la tarea de fabricar aviones de papel.
De tamaño y textura diversa, las hojas extendidas me sugieren el modelo, los modelos son sencillos, básicamente me importa que vuelen. En algunas hojas escribo las preguntas insistentes, en otras hago dibujos, soles y caracoles se confunden con ojos y bocas. Una vez que la nave esta resuelta voy en busca del hangar (el hangar menos cruel posible).
La práctica me ha enseñado que aún cuando el avioncito presente una estructura eficiente, ello no es garantía para que se eleve. Por una parte, es necesario dar el justo impulso y, sin ánimos de determinar su ruta, también es necesario situarlo en la gentil hebra de viento que habrá de elevarlo.
Ayer arrojé varios, ganas tuve de irme en ellos, pero son de papel, entonces sólo imagino que viajo en algunos. Uno pequeño, de color azul, se fue sobre el techo de un camión con rumbo sur, el verde se alejó hacia el norte, el rojo cayó sobre el asfalto y quedó dando tumbos bajo los vehículos que lo ignoraban.
Hoy llueve sobre la ciudad, anuncian que mañana también, así las cosas se suspenden los vuelos. Por la tarde trabajaré en modelos de barquitos.