Los siglos que me faltan

Podrían ser diversas las causas. La precoz y vertiginosa sucesión de acontecimientos que acumulo en la experiencia, haber transitado la adolescencia con amigas y amigos mayores, trabajar desde muy joven, crecer en dictadura, tener responsabilidades “de grande” cuando otros jugaban a vaqueros, pensarme más viejo...no sé. El punto es que, a veces, me veo haciendo retrospectiva como si se tratara de pensar en la autobiografía y me sorprendo de tanta calle caminada, de tanta huella sobre la piel.
No es que me represente a mi mismo como esos niños que de un día para otro se hacían adultos, como ocurría décadas a tras. No, muy por el contrario, viví intensamente cada etapa de mi construcción de identidad. Quizás esa misma intensidad me llevo, por ejemplo, a demorarme meses en aquello que para otros significaba años. Así, tomé decisiones e hice opciones radicales con la seguridad de saber mi nombre. Creo que aún, en algunos ámbitos de la vida, voy igual.
Con todo, a la hora de los balances, escribo con letras azules. Ello no quiere decir, por cierto, que vaya exento de confusiones y errores, con huellas más pesadas que otras, con un baúl de cuitas en la espalda, pero es el modo en que aprendí a vivir y el modo en que sigo viviendo. ¿El por qué de esto que escribo?. Las mañanas de nostalgia, alguna conversación sobre la vida, la confianza en que se acerca el tiempo de sentarse frente al mar, como cuando era niño, y reconocer los peldaños para subir los siglos que me faltan.
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