La lluvia.

el rostro de la tierra
y bajan hasta el fondo
donde la primavera duerme.”*
Entonces llegó la lluvia, pero no fue la anhelada lluvia. Aquella lluvia que vendría a limpiar nuestro cielo ahogado de polvo y combustión. La que lavaría las calles y dejaría a la hojas del suelo tejidas como en tapiz. La romántica de otoño, la que nos permitiría pasear del brazo de nuestra amada o amado. Aquella que no moja, más bien tiñe de gotitas la ropa y la piel. No, no fue esa la lluvia que se nos vino.
Isidro, el santo, dejó la llave corriendo y se quedó dormido. Hoy por la mañana la posa de agua era enorme. El agua corría desde los cerros de Santiago, atravesando las plazas y las calles de costumbre y se escabullía, incluso, en las nuevas y modernas autopistas concesionadas.
Claro, no era posible advertir que el santo se “pegaría su pestañeadita”. Nooo, no es problema de la escasa previsión con que se aborda la vialidad y la mantención de la infraestructura, nooo, en ningún caso. Esta vez el responsable fue Isidro de Merlo y Quintana, el santo.
Y yo que quería, como Gene Kelly, salir a cantar bajo la lluvia. En vez de aquello, llegué a la oficina mojado como diuca (pajarito que se queda paradito y ni se mueve cuando llueve), tengo una gotera sobre la mesa de reuniones y bajo ella hay agua acumulada en la alfombra.
En fin, anuncian que habrá agua cayendo desde el cielo hasta el Domingo. Es decir, ya se inicia la temporada de anegamientos y las campañas para ir en ayuda de los anegados. Así va chilito, y eso que aún no llega el invierno.
* Oda al invierno, Pablo Neruda