Cuando sea grande
- Señor, ¿me puede decir la hora por favor? - Lo dijo así, sin poner cara extraña ni en tono confundido. Claro, ella no podía saber que yo no uso reloj.
- No tengo- le dije. Por cierto, con tono confundido y cara de extrañado.
Y es que, escuchar que te digan “señor” cuando apenas vas en los treinta y tantos, es para quedarse extrañado y confundido, al menos eso me pasó a mi. No es que me haga el leso con la edad, pero me parece que ayer no más estaba tratando de responder a la pregunta: ¿qué vas a ser cuando seas grande?.
El punto es que ya soy grande. Entonces miro mi biografía y confieso que, lo que hoy soy, en nada se parece a lo que imaginé años atrás. No lo digo desde el descontento, muy por el contrario, voy feliz con lo que hago y con lo que me acontece. Sin embargo, detenerse en lo que hoy soy, me lleva inevitablemente a pensar en aquellas cosas que fueron quedando en el camino.
Pienso entonces en las profesiones que imaginé tendría, en los lugares que recorrería, en los vicios a contraer, la ropa por vestir, el lugar que habitaría. Pienso también en las cosas que postergué y aquellas que definitivamente saqué del libro de expectativas. Pienso también en las cosas que aún aguardan en mi jardín secreto y en aquellas que, sólo con una buena dosis de imaginación, realizaré en el tiempo que me queda.
Con todo, pienso que preguntarnos por lo que queremos ser, no necesariamente debe ser una consulta por el futuro, como antaño, cuando niños. A los treinta y tantos es una pregunta que se adopta con temporalidad de presente, entonces bien viene preguntarse : y hoy, ¿qué es lo que quiero ser?
Mientras tanto, y mientras resuelvo, le doy curso a mis sueños de niño grande y me voy por una calle de otoño cantando como Joaquín Sabina...
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