El nido
A mi abuelo le gustaban los tangos. A veces, cuando yo era niño, mi abuelo me llamaba con urgencia desde su habitación y yo, que siempre pensaba que tenia alguna dificultad física, corría velozmente para atenderle. Sin embargo, su llamada no era de “auxilio”, era para que yo escuchara el tango que tocaban en su inseparable radio a pilas. Una vez me dijo que a Carlos Gardel le apodaban el Zorzal criollo, me lo dijo mientras mirábamos a un zorzal que había llegado hasta nuestro patio. Desde entonces, siempre que reconozco a un zorzal, me acuerdo de Gardel, los tangos, y de mi abuelo.Por estos días, le hago seguimiento a un nido de Zorzales que está en una de las ventanas de mi oficina. Tiene tres huevitos y la pajarita sólo los deja cuando tiene sed o necesita estirar las piernas un ratito. También, por estos días, ha muerto Philip Noiret, el viejo Alfredo que paseaba a Toto en su bicicleta. Mi abuelo me sacaba a pasear en un carro de madera por las calles del barrio. El movimiento de las ruedas sobre los adoquines me daba sueño y siempre volvía durmiendo a casa, eso si, no sin antes haber metido las manos en las ruedas del carrito, que desbordaban de una negra grasa.
Imagino que en algunos días más ya tendremos en su nido a los polluelos pidiendo comida con sus piquitos abiertos. También, en algunos días más se habrá cumplido otro año de la muerte de mi abuelo. Entonces, junto con apagar las velas de mi cumpleaños, cantaré un tango como homenaje.

