El universo que no fue
Seguramente ella lo sabe. No puede haber en sus ojos más destellos de asombro y felicidad que cuando ella lo mira. Todo resulta en su piel como un silbido de libélula. Todo allí, tal y cual como pudo imaginarlo cuando ella dejó de ser misterio; y sus voces se encontraron y algo se instaló para siempre en lo profundo. Es posible que desde entonces lo supiera; sin embargo, corazón a medias, no fue capaz de nada más y se fue por la calle tan vacía como su pena.
Sin un gesto ni una voz, ocurrió que el río cambio sus aguas incontables veces. Qué distintas resultaron entonces sus veredas. De música y de lunas los días de ella, de volantines y estrellas las tardes de él; caracolas y hierbas en sus manos, mapa fresco y atlántico en su piel. Y aún así, no olvidó su nombre, ni sus declaradas ganas de partir al sur alguna mañana de noviembre.
Hay días en que lo inunda una certeza insobornable. Esta más viejo y sabe que es certeza y no un espejismo porque son pocas las que le van quedando y las guarda –delicadas- allá en su jardín secreto. Deletrea su nombre algunas noches, piensa en contar las pecas de su piel y en como besa un labio delgado; piensa también en cuando volvió a encontrarla en la mitad de la calle y el pecho se le rompió cuando recordó todos sus primeros errores.
Algunas noches antes de dormir, se mira las manos, luego se ovilla y piensa en el universo que no fue…
* Diego Fontecilla, música para la película "La vida de los peces"