viernes

Un mar de fuegos

No cabe duda que en la vida hay encuentros que permiten abrir nuevos caminos. Surgen voces que prodigan claridad, gestos que redimen y miradas que iluminan...entonces, hace sentido lo que señala Galeano: "Somos un mar de fueguitos..."

Un hombre del pueblo Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

El mundo es eso- reveló-. Un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas.

Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.


(Mundo, tomado de "El libro de los Abrazos" de Eduardo Galeano)

Lazos

- Qué significa "domesticar" ? – preguntó el principito.
- Es algo demasiado olvidado – dijo el zorro. – Significa "crear lazos..."
- Crear lazos ?
- Claro – dijo el zorro. –

- Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo. Yo seré para ti único en el mundo...
- Comienzo a entender - dijo el principito. – Hay una flor... creo que me ha domesticado...
- Es posible – dijo el zorro. – En la Tierra se ven todo tipo de cosas...”
    Supongo que algo parecido me ha sucedido con las personas que visito y me visitan en este blog. En un principio no me di cuenta de las diferencias y , diseños más, diseños menos, no eran más que blogs parecidos a otros cien mil. Supongo también, que lo mismo le sucedió a otros con el mío. Sin embargo, confieso que hoy, muchas y muchos, me han domesticado.

    Es posible que sea el Otoño y sus calles de melancolía, o se deba a que vaya frágil en estos días que, no está demás decir, me pesan como la noche sin estrellas. Cualquiera sea el caso, el asunto es que este relato de El Principito me hizo mucho sentido.

    Cuando me ocurre que voy como el sauce que pide al viento dejar de llorar, pienso en los andamiajes que tengo a la mano para componer el alma. También lo hago cuando quiero celebrar y agradecer las bondades de la vida. Hoy he descubierto que este trozo de mi jardín secreto, que es compartido por varios, ha pasado a convertirse en otra pieza de mis andamiajes. Así las cosas, me declaro sujeto a nuevos lazos invisibles, me declaro domesticado y me siento vinculado, recíprocamente, con varias y varios únicos para mi en el mundo.

    Entonces, a cuidar estos nuevos lazos, a escribir como la urgencia del buen anuncio. Para que no se sequen los mares, para que no me duerma en el silencio, para llamar, para llamar como las flores al sol.

    Los dejo con León Gieco.



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    jueves

    El Barrio

    "Cuando era niño mi barrio era un continente
    y cada calle era un camino a la aventura.”*

    Cada cierto tiempo vuelvo al barrio de mi infancia. Los adultos de entonces me miran con ternura, se alegran de verme y me hacen sentir que soy parte de una gran familia extendida. Como siempre, les devuelvo un saludo amable. También me encuentro con los amigos que se quedaron y repasamos nuestras biografías y recordamos los viajes de ida y vuelta que hicimos sin dinero.

    Recuerdo que de niño siempre imaginaba como sería conocer otras fronteras, caminar otras calles, oír otras voces, inventariar nuevos aromas y sabores, mirar las estrellas desde otras ventanas. Cuando pasaba un avión, abría mis manos y me fugaba en la idea de ir en él y entonces mi barrio se hacia pequeñito y el horizonte se extendía como una gran posibilidad. Supongo que esto fue lo que recordé cuando, por primera vez, cruce la cordillera por el aire.

    La misma cordillera que está en el fondo de las retinas de quienes habitan mi barrio de la infancia, la misma cordillera que está al final de cada uno de sus caminos y que hace que por las noches se piensen como habitantes de un puerto iluminado.

    Con el tiempo, pude inventariar nuevos aromas y sabores, pude recorrer calles más allá de mis fronteras de niño, volví a cruzar la cordillera muchas veces más y puedo asegurar que, al menos es lo que a mi me ocurre, lo mejor que tiene el viajar es el volver.

    Volver al barrio de la infancia es recoger recuerdos en cada esquina, hablar de los que ya no están, saber del primer amor que se nos fue, repasar las expectativas de entonces y mirar el presente con saldo a favor.

    * Ruben Blades, “Como Nosotros”, Mundo.

    miércoles

    Mujer

    “Dicen que en los solares de mi gente,
    medido estaba todo aquello que se debía hacer...
    Dicen que silenciosas las mujeres han sido
    de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser...
    A veces en mi madre apuntaron antojos
    de liberarse, pero, se le subió a los ojos
    una honda amargura, y en la sombra lloró” *

    Siempre será un buen tiempo para conmemorar. Hoy lo hacemos por todas aquellas que la historia no ha sabido reconocer. No cabe duda, hay tanto que nos falta por devolver, vamos en deuda permanente y a tropiezos despejando la ruta cercada. Entonces, se conmemora y se reivindica.

    A las mujeres que amo, a las que me incluyen generosamente en sus biografías, a las que admiro, a las de alas grandes y ojos determinantes, a las que me recogen mil veces, a las de mundos infinitos e insondables, a las que fueron y serán...todo mi cariño, mi homenaje y una canción.

    * Alfonsina Storni, “Pudiera ser”.



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    viernes

    El Metro

    En el año 1966, Tito Mundt escribía: “El gran sueño de los santiaguinos es tener un Metro al estilo de los de Londres, Paris, Madrid o Nueva York. Desde hace sesenta y seis años se esta hablando del Metro y periódicamente se comenta a varias columnas en los diarios y en las radios. Claro sería lindo que hubiera uno que corriera de este a oeste y de norte a sur con sus combinaciones respectivas, pero existe un pequeña falla, un minúsculo inconveniente que hay que tener en cuenta: el día que haya metro y venga un terremoto, vamos a tener medio millón de victimas por parte baja”.*

    De seguro que para Mundt, una autopista de alta velocidad que corriera bajo el rió Mapocho era algo que sólo podía estar en la cabeza de Julio Verne o la idea de un Super-supermercado en donde se pudiera comprar desde una tachuela hasta combustible para aviones, sólo cabía en la mente de un alocado señor de negocios...y es que hace cuarenta años el pan se compraba en almacenes, las flores en florerías y los libros en librerías...

    Este señor jamás pudo imaginar siquiera una mañana de viernes con un carro de la línea cuatro del Metro atiborrado de gente. Con personas que, como yo, debieron dejar pasar un carro para probar suerte en el siguiente y que luego, al bajarse, debieron caminar al ritmo de una procesión, durante diez minutos, para llegar a la combinación requerida.

    Hoy no pude leer, como es mi costumbre. El libro se vino pegado a mi pecho como escapulario tatuado. “Pienso que es un problema de frecuencia de carros”, decía un señor; “es que ya inauguraron las estaciones que faltaban”, dijo otro...a mi me bajaron dos veces y las mismas me empujaron para devolverme al carro. Hoy nadie leyó el diario gratis, ni siquiera los que alcanzaron asiento, de seguro en su estación nueva aún no hay repartidores.

    Pienso que la señora que venía con un cobertor de dos plazas en su bolsa de recién comprado, aún debe estar esperando...

    * Tito Mundt (1966), Guía humorística de Santiago, Zig-Zag.




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    miércoles

    Marzo, día primero.

    Tengo la sensación de que hoy es el primer día del año. Marzo primero, ha vuelto a llenar la calle que habito con escolares, autos apurados, madres y padres besando mejillas y frentes. En el metro, la chica que reparte diarios gratis era sobrepasada por una turba. Una secretaria mostraba las fotos de sus vacaciones a otra secretaria. Me pidieron un plan de trabajo para este viernes. Extraño el sur.

    Al medio día, sólo por poner algún tema sobre la mesa, se comenta el nuevo gabinete de subsecretarios. Yo conozco a dos de ellos. Parece que tengo los ojos en algún atardecer del Calafquén, pues vienen a recordarme del informe para el viernes.

    No tengo los ojos en el Calafquén, aunque es bien cierto que extraño el sur. No, tengo en mente a mi amiga C. Hace diez años,este primero era 29 de febrero y su hermano C. venía de vuelta en el avión Faucett que no llegó a destino. Entonces yo no conocía a mi amiga C. y no sé si sus ojos eran igual de tristes que ahora.

    En la mañana leía a Ángeles Mastretta. Las pocas hojas que me permite el viaje en el metro me entregaron la pregunta ¿Cuántas veces cierra uno los ojos para no ver y cuántas para ver mejor?. Me quedé pensando en aquello.

    Hoy respondí a una provocación, recordé una llamada a mis 17 años y repartí buenas vibras del depósito de reserva.

    Hoy tengo la sensación de que es el primer día del año y también tengo ganas de cerrar los ojos. Cerrarlos para saber con exactitud lo que no quiero perder y para saber todo aquello que me urge imaginar.

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