lunes

El color de las palabras.

Cuando me dedico a cocinar pienso en la Alquimia. Cada ingrediente debe conocerse bien y ser tratado con cariño riguroso. Si se corta, el filo del cuchillo no debe dañar la esencia que se esconde tras la textura y el color. Si se pela, deben ser caricias suaves. Carnes, tubérculos, semillas, hojas, granos, tallos y especias van reservándose en pocillos a su medida, todos preparados para el toque de batuta que de inicio al proceso de transformar, calor mediante, lo simple en algo mágico.

En la cocina es necesario dominar el fuego. Se debe tener la cautela de llevar el metal a la medida justa de calor; sólo después se rocía el óleo que servirá para fundir las materias, combinar los colores, y elevar volutas aromáticas. Otras veces no es óleo, es agua y vapor danzante, como danzantes también los colores en la mezcla de las materias que se quedarán crudas. El trabajo de cocinar requiere instinto, pero también pausa; saber lo que se quiere transmitir con la comida, el lugar de las personas al que se aspira a llegar. Cocinar es también la extensión de lo que uno siente y quiere compartir. Cocinar es preparar un encuentro para evocaciones posteriores.

Decía el poeta: "¡Inventé el color de las vocales! A negra, E blanca, I roja, O azul, U verde. Regulé la forma y el movimiento de cada consonante y, con ritmos instintivos, presumí de inventar un verbo poético accesible, un día u otro, a todos los sentidos". Pienso a veces que, en mi caso, escribir es como cocinar. Sin embargo, y evidentemente, la mayoría de la veces en este plano soy un simple aprendiz de mago. No me resulta fácil combinar los elementos, a duras penas voy con la R y con la F.

Qué sueña C, dónde mira D, qué altura alcanza P, qué espera S, dónde duele M..., ya ven, no me alcanza el saber...por eso escribo a tientas, por eso la pausa con que escribo. No vaya a resultar que dañe los ingredientes, que no haya color, ni volutas de aroma, que no exista sabor para evocar...

Retorno

El atardecer de la fotografía me estuvo acompañando en los últimos días. Cierto, me desaparecí como si hubiera sido abducido. De alguna manera así fue....y es que tanto tiempo sin vacaciones terminó por colapsarme. Los últimos días de enero ya no recordaba ni mi nombre y entonces sólo me quedó protegerme en el descanso. Han sido unas muy buenas, aunque siempre cortas, vacaciones. Se celebra el camino de piedras, el río distante, la fogata en la noche. Se celebra ir más al sur, al lago, a la rivera de lava, al agua tibia y transparente. Se celebra el volcán y sus recorridos, el amor del pan amasado, el aire fresco y la luna encima de los ojos. Se celebran todos los lagos, la carreta con ruedas de madera, la niebla tiñendo el paisaje.

Se celebran los gestos de cariño, las sonrisas, los encuentros, la comida en la feria mapuche, el juego de cartas y las palabras tranquilas. Todo está en la retina, en la piel, en los aromas clandestinos que entran por la ventana de la oficina. Buenas vacaciones.

Entonces, aquí estoy de nuevo, para deletrear el mundo que habito. De momento me pongo al día y organizo este aterrizaje forzoso en la oficina. También me preparo para devolver el cariño de las notas. Respiro hondo, estiro lo brazos como para alcanzar el techo, tecleo el aire que respiro y, lentamente, me acerco a las letritas de la máquina. Ahí voy....

viernes

Ferrarezas

“Mazamorra me han pedido, mazamorra voy a dar”.... Me acordé de esta vieja canción a propósito que me han pedido que comente algunos de mis hábitos y/o costumbres que pudieran parecer poco usuales, escasamente comunes y corrientes, es decir alguna de mis rarezas, extrañezas - digamos a juicio del suscrito - alguna de mis Ferrarezas... Así no más es la cosa. Entonces, no me queda más que entregarme al ejercicio de presentarme un poquito y lo hago a través de aquellas cosas que para otros resultan extrañas; digo para otros, pues para mi no lo son tanto, son mías y me gustan. Anoto aquí aquello que a otros sorprende, aquellas cosas por la que, más de alguna vez, me han dicho: “que raro eso”.

HOMENAJE: Cada vez que termina la película en el cine, veo a la gente salir presurosa. Todos se levantan, revisan sus asientos y a tientas, antes de que la sala quede iluminada, buscan el camino de lucecitas que les permitan salir rápidamente a comentar lo que vieron o para ir al siguiente panorama. En cambio yo me quedo y si estoy en compañía , me esperan (o me aguantan). Me quedo para mirar los títulos del final, así puedo saber cuánta gente ha trabajado en lo que acabo de ver, cuales fueron los lugares en donde se realizó, quien hizo la música, y cuanta de ella hubo. A mi me parece que es una manera de rendir homenaje a aquellos que no aparecen, aunque sé que nunca recordaré sus nombres. Me quedo y es quizás el momento que tengo para absorber las ultimas emociones que pueda. Para, según sea el caso, secarme las lágrimas, sonarme los mocos o terminar de enojarme por el final inesperado. Luego salgo, como todos, por el camino de las lucecitas.

PELUQUERIA: Ocasionalmente entro a una peluquería. Hace años que voy en busca, tijera en ristre, de los pelos que se desbordan en mi cabeza. Dependiendo del estado de animo la cosa fructifica. Hay días en que prolijamente ordeno todo. Cada corte en su justa medida, en los costados, en el frente, en la parte de atrás. Todo resulta como un origami cuidadoso. Pero hay otros días, en que la tijera se desbanda. Las orejas se encogen, el pelo queda como esos bosques sumergidos en las orillas de lago. Cada intento por remediar la catástrofe es en vano y se agudiza la crisis. Entonces me acuerdo de la peluquería...

ZAPATOS: Me gustan los zapatos, mis zapatos. Me gustan tanto que no los cambio. Es decir, no renuevo los que ya tengo, no uso más que tres. Negros para el traje, sandalias para el verano y bototos para el resto de los días en que no uso traje. Si hay ganas, quizás un cuarto par, similares a lo negros, pero informales. Es cierto, hay días en que me enfado y me imagino con zapatos para cada día. Pero aquello es temporal, como todos mis enfados.

TIEMPO: hace tiempo que voy sin tiempo. No uso reloj, no uso agenda, no uso celular. La mayoría de las veces, me valgo del correo electrónico y de los papelitos. Claro, hay días en que me queda la escoba, pero siempre salgo adelante. No soy de fechas, se me olvidan, no por falta de cariño, porque tengo mucho. Quizás así celebro la importancia de cada día.

OFICIO: Supongo que soy de oficios. Esto me queda bien. Nunca, en estricto rigor, me he desempeñado en aquello para lo que me habilitaron en la universidad. Como Alfonso Alcalde, he hecho varias cosas. Pienso que seguiré en ello, quizás porque me incomoda la certeza simple y la rutina de saberse cómodo. ¿Costos? Claro que los tiene, más aún cuando pareciera ser que hoy sólo se requieren certezas.

Así no más van las cosas por estos lados...¿Raro? quizás. Usted juzgue.

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